Triunfó en devaluar salarios, devaluar la economía y capitalizar las empresas. Fracasó en crear empleo y optimizar las condiciones laborales.
El balance de la reforma laboral se puede hacer con distintos parámetros. En
función de los objetivos que decía perseguir, o en base a sus verdaderos
objetivos: los de la agenda oculta del Gobierno, hoy ya muy evidentes. Y también,
analizando los impactos estructurales que están provocando en las relaciones
laborales y el modelo económico y productivo de nuestro país.
Si atendemos a los objetivos que el Gobierno, PP y CIU y la propia norma en su exposición de motivos decían perseguir: reducir el desempleo, mejorar la calidad del empleo y apostar porque el ajuste se hiciera vía “flexibilidad interna” y no destrucción de empleo, el balance es un monumental fracaso. Todos los datos, se miren como se miren, confirman que no solo no se ha recuperado el empleo, sino que la destrucción ha continuado a unos ritmos brutales.
Si atendemos a los objetivos que el Gobierno, PP y CIU y la propia norma en su exposición de motivos decían perseguir: reducir el desempleo, mejorar la calidad del empleo y apostar porque el ajuste se hiciera vía “flexibilidad interna” y no destrucción de empleo, el balance es un monumental fracaso. Todos los datos, se miren como se miren, confirman que no solo no se ha recuperado el empleo, sino que la destrucción ha continuado a unos ritmos brutales.
Este año
2013, también se va a cerrar con una importante destrucción de empleo en
términos interanuales. Sea, cual sea el parámetro de calidad del empleo,
estabilidad, salarios o condiciones de trabajo, el balance es catastrófico. Más
temporalidad, caída generalizada de los salarios y deterioro de condiciones de
trabajo. Y si atendemos al objetivo de modificar los mecanismos de ajuste
frente a la crisis, el fracaso es también rotundo. Han aumentando los procesos
de desregulación de condiciones de trabajo, pero eso no ha supuesto menos
destrucción de empleo, al contrario. Las empresas han utilizado indistinta y
complementariamente los muchos mecanismos de ajuste unilateral que la reforma
laboral ha puesto a su alcance.
Este fracaso de la
reforma laboral es solo aparente porque si se atiende a sus verdaderos
objetivos ha sido todo un éxito. La agenda oculta, hoy muy evidente, de la
reforma buscaba unos objetivos muy distintos a los declarados. Provocar una
devaluación de salarios -no de rentas, porque los beneficios empresariales no
quedan afectados- como principal mecanismo de desendeudamiento de la economía.
Aprovechar la crisis para imponer una contrarreforma en el modelo de relaciones
laborales que diera todo el poder a las empresas y deteriorara la capacidad de
la negociación colectiva.
Para justificar la reforma, sus defensores argumentaron una supuesta rigidez
salarial que impedía un ajuste no traumático y provocaba destrucción de empleo.
Hoy ya es evidente que eso es absolutamente falso. En su momento y aprovechando
la debilidad y atraso de nuestras fuentes estadísticas, se utilizaron datos de
salario medio del Registro de Convenios Colectivos y del INE para justificar
que en 2009 los salarios no bajaban. Se ocultó lo que se conoce como efecto
composición. En la medida que la destrucción de empleo afectó inicialmente a
temporales con salario más bajo, la media prácticamente no se movía, pero en
términos reales los salarios comenzaron a caer en picado ya en 2009.
1ª parte del artículo de Joan Coscubiela, Diputado de Iniciativa per Catalunya-Verds (Izquierda Plural) escrito y publicado el 2 de agosto, antes del último consejo de ministros que aprueba (como comenta el autor) que habrá medidas para atornillar más a los jueces y así ha sido cuando el gobierno aprueba para los grupos de empresa no tener que presentar las cuentas consoli