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miércoles, 18 de mayo de 2011

Transformar la indignación del 15-M en la construcción del futuro el 22-M



El domingo las pancartas hablaban de problemas reales, cotidianos, tan cercanos a la gente que se proyectaban en primera persona: el empleo, la vivienda, la participación, la precariedad, la angustia de saber que “esto no es justo y no quieren arreglarlo”, no nos escuchan, …

Cada una de las personas que asistían a la manifestación tenían sus razones y para todas y cada una de ellas –las personas y las razones- debe haber una respuesta y una alternativa.

Las respuestas y las alternativas que desde la izquierda real deben y pueden darse tienen que partir y compartir con los y las manifestantes una visión crítica y algunos aspectos autocríticos. Una autocrítica que ayude a esta izquierda real a encontrar los medios para explicar a los manifestantes del 15-M y a otros que no se manifestaron que, tras 35 años de democracia en nuestro país, hay elementos que corregir en el sistema que la “transición pactada” diseñó bajo la generosidad absoluta que supuso la renuncia, en diferentes aspectos, de la principal fuerza antifranquista (PCE).

Explicar que, sin miedo, hay que hablar de forma y modelo de Estado, de tener una democracia real con un sistema electoral proporcional que radiografíe, realmente, la voluntad popular expresada en las urnas y ponga fin tanto al bipartidismo como al exceso determinante de los nacionalismos.

Explicar que, si queremos tener un país justo, basado de verdad en la igualdad de oportunidades debemos contar con una política fiscal distinta a la que tenemos y en la que, por tanto, tendrán que poner más quien más tiene y el Estado deberá vigilar más cómo algunos sectores “disfrazan” sus beneficios.

Explicar que cuando la izquierda real ha exigido y presentado como opción la necesidad de tener una banca pública, lo hace para conseguir elementos correctores y de contrapeso ante los poderes financieros, los movimientos especulativos y los mercados de capitales. Habrá que explicar que los servicios públicos no son una carga para el conjunto de la sociedad, sino que son la garantía de igualdad en el acceso a temas tan importantes para las personas como son la sanidad, la educación, la dependencia, las pensiones, el transporte, la movilidad, el empleo, …

La posición crítica y autocrítica debe servirnos para explicar a los manifestantes que tenemos soluciones a sus problemas. La izquierda real que –desde nuestro punto de vista- está representada por Izquierda Unida tiene, con posiciones críticas y autocríticas, respuestas y alternativas para las personas y las razones.

Ha desarrollado en Sevilla un parque social de viviendas para atender a personas desahuciadas de sus viviendas por los especuladores o los bancos. Ha potenciado la vivienda protegida –nunca se ha construido más vivienda protegida que ahora- y también ya se dirigen construcciones públicas para viviendas en alquiler para los jóvenes.

En lo que se refiere a empleo, Izquierda Unida ha creado y desarrollado cuatro centros de formación en Sevilla, ha iniciado experiencias novedosas como los Talleres Prelaborales, gestiona e impulsa experiencias para jóvenes emprendedores en la creación de empresas y mantiene un constante debate ante el gobierno autónomo por la necesidad de descentralizar y aumentar las competencias de empleo hacia lo local; poniendo así desde lo más cercano al ciudadano medidas activas en la lucha contra el desempleo, al que –por cierto- también combate con medidas como el bonobús solidario.

La gestión no lleva implícita la renuncia a ninguna utopía ni a ninguna lucha que no merezca la pena darse: frente a las reformas laborales, frente a los reglamentos de inmigración, frente a los recortes en las pensiones, …

Por eso, porque es cierto que hay que resolver problemas cercanos escuchando a la gente –y ahí está la apuesta por los presupuestos participativos para ver en qué gastamos en la ciudad- hay que impulsar el día 22, desde la rebeldía y la indignación, un paso adelante hacia el futuro.

La indignación implica dignidad. La de las personas que hicieron renuncias hace 30 años y la de los que hoy, indignados ante quien ignora su dignidad, tienen un objetivo y un camino común: el voto a Izquierda Unida para que las cosas cambien.